En un intento para maximizar su rendimiento,
muchos deportistas alteran la ingesta energética normal para ganar o perder
peso. Aunque estos intentos son a veces adecuados, los programas para reducir
el peso pueden contener elementos de riesgo. Para algunos atletas jóvenes, el
logro de un peso ligero ilusorio puede poner en peligro su crecimiento y
desarrollo. Las dietas crónicas de las atletas femeninas pueden provocar
trastornos alimentarios, retraso de la menarquía, amenorrea y quizá
osteoporosis.
El objetivo de la pérdida de peso de un
deportista debe lograrse a costa del exceso de grasa corporal. Hay que dejar
tiempo suficiente para permitir un adelgazamiento lento y sostenido de alrededor
de 0,5 a 1 kg de peso a la semana a lo largo de varias semanas. La pérdida de
peso debe hacerse antes de que comience la temporada de competición para
garantizar la máxima potencia.
Además, el ejercicio debe ser de intensidad
moderada porque de esta forma la energía que se consume procede en mayor medida
de la grasa que de los hidratos de carbono y el ejercicio puede mantenerse
durante más tiempo. Los programas de actividad física escolar planificada hacen
posible una reducción de hasta el 50% de la incidencia del sobrepeso (Foster et
al., 2008).
La ganancia de peso debe lograrse a través de
un aumento gradual de la ingesta energética combinado con un programa de entrenamiento
de la fuerza para potenciar al máximo la ganancia de peso muscular en relación
con la grasa. Un objetivo realista es una ganancia de 250 a 500 g a la semana.
Las calorías procedentes de la grasa no deben superar el 30%, y la ingesta de
proteínas debe ser de 1 a 1,5 g/kg de peso corporal. El profesional que trabaja
con deportistas de élite ha de tener en cuenta la enorme motivación derivada
del deseo de lograr un buen rendimiento en el deporte que se practica.
Fuente: Mahan, L.
Escott-Stump, S. (2013). Nutrición y Dietoterapia de, Krause. México: Mc Graw
Hill.